Los problemas de la Unión Europea son consecuencia de que, siendo como es el paradigma del soft power, vivimos una época de hard power. Por primera vez desde 1945 una potencia europea pretende modificar las fronteras por la fuerza. La Casa Blanca tiene alojado a un inquilino poseído por la manía de acabar con el libre comercio, base fundacional de la Unión. Bruselas carece de recursos legales para enfrentarse a estos desafíos de fuerza bruta donde tener razón sirve de poco. Ya aconsejaba Theodore Roosevelt hablar con suavidad y armarse con una buena tranca. La recomendación ha sido unas veces más útil que otras. Hoy es más conveniente que hace diez años. Y la UE no tiene ningún garrote del que socorrerse. Luego, están los escándalos. Valga el ejemplo de la detención de Federica Mogherini, por un delito de corrupción, además de los de espionaje por cuenta de Putin, que saltan de vez en cuando a la prensa.
Pero hay más. Y en eso no se fijan tanto los cronistas destacados en Bruselas, cegados por el chismorreo del día a día. La actual Comisión es un pastiche, como siempre, de democristianos y conservadores, por un lado, y de socialistas, por otro. Ha sido desde siempre la fórmula para gobernar la institución. El problema es que hoy carece de legitimidad. Los socialistas no ostentan la representatividad necesaria para ser uno de los dos pilares del organismo, mucho más tras haber dejado Alemania de ser socialdemócrata y sólo quedar en Europa el Gobierno de Pedro Sánchez, asediado por la corrupción y coaligado con comunistas. Encima, nuestro presidente envió a Bruselas a dos españolas cuestionadas por distintas razones. Calviño lo está por vanagloriarse de falsear las estadísticas y Teresa Ribera por sus relaciones con el escándalo de los hidrocarburos. Si además se añade la posibilidad de que Borrell sea de algún modo responsable de los hechos por los que ha sido detenida Mogherini, resultará que no hay razón para que el socialismo español, el más poderoso del continente, sostenga nada en Europa.
Los conservadores europeos, a falta de socialistas, ya buscan el apoyo de la extrema derecha y están dispuestos, tras haberla tolerado durante décadas, a revisar la absurda política verde, que ha mermado nuestra productividad y nos ha hecho incapaces de competir con Estados Unidos, China y los BRICS. El problema es que buena parte de los partidos de extrema derecha europeos, aunque no todos, están financiados por el Kremlin. Y Putin paga las facturas de Le Pen, Ábalos u Orbán para que destruyan la Unión, no para que la fortalezcan o la salven de sus contradicciones internas. Por eso, respaldó el procés, por lo letal que era para Europa, no porque compartiera los ideales nacionalistas de Puigdemont.
La única solución es un reagrupamiento (valga la palabra) de la derecha liberal y conservadora alrededor de sus tradicionales ideales. Tendría que ser capaz de atraer a los socialdemócratas traicionados por los partidos socialistas europeos y a los conservadores que han huido de las formaciones que con sus votos han estado haciendo política de izquierda (en España tenemos un buen ejemplo de eso). Con ellos podría Europa volver a su verdadera razón de ser y alejarse de los desnortados socialistas y de la tentación de arrastrar intramuros al caballo de Troya donde viaja la extrema derecha. Claro, que para eso hacen falta líderes. Y apenas los hay.

Hace 2 días
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