La declaración de Amberes, respaldada en febrero del 2024 por 1.316 organizaciones, puso de relieve la posibilidad de un colapso industrial en ausencia de reformas e inversiones coordinadas a escala europea. Pero el momento actual también presenta una gran oportunidad: la transición hacia las emisiones netas cero podría convertirse en un plan europeo de reindustrialización. Para que eso ocurra, la UE necesita un cambio de paradigma: es hora de aprovechar el potencial de una estrategia industrial europea audaz.
Dos décadas de desindustrialización y aumento de las dependencias
El declive industrial no es una tendencia nueva en la economía europea. La desindustrialización está en marcha desde hace treinta años: la industria manufacturera representaba en 1990 un 20% del PIB de la UE, pero cayó a un 14% en el 2009 durante la crisis financiera y económica, antes de estabilizarse en el actual 15%.1 Esa oleada inicial del declive industrial se debió sobre todo a la aparición de los servicios como principal motor del crecimiento económico. Mientras la industria declinaba, el PIB de la UE aumentaba un 68%. La apuesta por los servicios llevó a los europeos a externalizar la tecnología y la fabricación de productos; principalmente, a países con costes laborales más bajos. Sin embargo, no todos los estados miembros siguieron la misma tendencia. Los países de Europa central y oriental aprovecharon la convergencia con el resto de la UE para mantener una gran parte de la industria en sus economías y convertirse en potencias europeas. En el 2023, la industria manufacturera representaba alrededor de un 20% del PIB en Eslovaquia y Chequia. Alemania también conservó su base industrial, compuesta principalmente por un ecosistema de pequeñas y medianas empresas competitivas y orientadas a la exportación. Francia, en cambio, experimentó el declive más pronunciado, con una contribución de la industria de apenas un 10-12% del PIB, al igual que España y Portugal. Entre el 2008 y el 2023 se perdieron en la UE más de 2,3 millones de empleos en el sector manufacturero, lo que afectó profundamente a regiones como el País Vasco, el Ruhr, Valonia, Altos de Francia, la Macedonia griega y Silesia.
En la década de 1990, cuando la economía mundial entró en una época de libre comercio y estabilidad política, a muchos les pareció rentable el cierre de las industrias europeas para dar prioridad a los servicios y tecnologías de alto valor mientras se importaban bienes más baratos. La seguridad económica y la autonomía estratégica no fueron preocupaciones importantes en la época postsoviética, y la mayoría de los responsables perdió todo interés por las estrategias industriales. Esa visión geopolítica miope dio lugar a que Europa externalizara el suministro energético a Rusia, la fabricación a China y el Sudeste Asiático, y la defensa a Estados Unidos, lo cual supuso esencialmente colocar su destino en manos de depredadores geopolíticos.
El declive industrial debilita la autonomía estratégica de Europa
En un mundo de cambios geopolíticos donde China emerge con sólidas políticas industriales basadas en las inversiones masivas y en la planificación, y en el que Estados Unidos no duda en utilizar medidas comerciales, la UE está pagando el alto coste de la pérdida de sus industrias estratégicas. Europa depende en gran medida de las importaciones, incluso para tecnologías y productos críticos como baterías, semiconductores y paneles solares, lo que la sitúa en una posición de vulnerabilidad económica.
La industria siderúrgica ha perdido un 30% de su capacidad y 100.000 puestos de trabajo desde el 2008, incluso cuando la demanda podría aumentar con la necesidad de reforzar nuestras capacidades de defensa. Del mismo modo, la producción europea anual de automóviles se redujo en 5 millones entre 2000 y 2020, mientras que China aumentó la suya en 25 millones de vehículos durante el mismo período. Con el estallido de la guerra de Ucrania, las capitales europeas descubrieron que la dependencia del gas ruso exponía a empresas y hogares al chantaje energético. La reciente crisis energética vinculada a la gran dependencia de la UE del gas importado ha afectado en gran medida a las industrias de todos los estados miembros y podría provocar una nueva oleada de desindustrialización. Los precios de la energía son entre dos y tres veces más altos en Europa que en Estados Unidos y China, lo que crea una importante brecha de competitividad. Pasar del gas ruso de gasoducto al gas natural licuado (GNL) estadounidense o qatarí fue un imperativo de seguridad urgente, pero ha aumentado la volatilidad de los precios para las empresas.
El auge del Valle de la Batería, en los Altos de Francia, está creando 20.000 empleos en el sector de los vehículos eléctricos y revirtiendo décadas de desindustrialización
Un riesgo similar existe con la dependencia europea de China para los paneles solares, las baterías y los imanes permanentes para las turbinas eólicas, componentes cruciales todos ellos para lograr el objetivo de las emisiones netas cero. El objetivo de China de convertirse casi en un monopolio en el ámbito de las tecnologías de emisiones netas cero supone una grave amenaza para la transición energética europea; sobre todo, porque Beijing se plantea restringir las exportaciones de algunos materiales críticos. La respuesta de la UE, la reciente ley sobre la Industria de Cero Emisiones Netas, constituye una pieza legislativa clave que fija objetivos de producción en Europa para industrias estratégicas, un primer paso para aumentar la fabricación en su suelo.
Otro obstáculo para el fortalecimiento de la industria europea es la desaceleración del crecimiento de la productividad y la innovación. La industria es uno de los principales motores de la innovación en las grandes economías, y en el 2019 representó un 50% de todo el gasto corporativo europeo en investigación y desarrollo.2 Sin embargo, el acceso limitado a la financiación a gran escala para construir centros de fabricación innovadores constituye, como señaló Mario Draghi, un importante cuello de botella en el camino a la reindustrialización de la UE. Las empresas y startups estadounidenses atraen la mitad del capital riesgo mundial, pero la UE solamente consigue atraer un 5%, lo que lleva a muchas startups europeas a trasladarse a Estados Unidos. Esta brecha en la innovación reduce la capacidad de la UE para ser pionera en las tecnologías que moldearán la economía mundial.
La reindustrialización de Europa solo puede ser verde
El declive industrial europeo no es inevitable. Pese a los llamamientos para revertir las principales reformas climáticas comunitarias adoptadas en los últimos cinco años, la transición al cero neto parece ser la mejor baza de la UE para la reindustrialización. El Pacto Verde, el mayor conjunto de leyes europeas de descarbonización, empieza a tener efectos concretos. Un tercio del crecimiento económico de la UE en el 2023 procedió de la transición al cero neto, según la Agencia Internacional de la Energía. Las inversiones de cero neto pasaron de 353.000 millones de euros en el 2020 a 498.000 millones en el 2023, impulsadas en gran medida por el rápido despliegue de las energías renovables y las bombas de calor como respuesta a la guerra de Ucrania y la crisis energética resultante, así como por la incipiente cadena de valor del vehículo eléctrico. Las leyes del Pacto Verde están creando un entorno favorable para los inversores; e incluso empresas no europeas como la taiwanesa Prologium y la china BYD están invirtiendo mucho en la fabricación de nuevas baterías en Europa.
La descarbonización también es crucial para que la industria pesada recupere competitividad a largo plazo. La electrificación de los procesos industriales y el uso de hidrógeno verde abren una nueva ventana para la industria europea y pueden aumentar su resistencia a las crisis de los precios de la energía. Las empresas que retrasen la descarbonización corren el riesgo de quedarse rezagadas a medida que se consolide la nueva época industrial del cero neto.
Terrenos en el término municipal de Sagunto donde donde el Grupo Volkswagen y Seat anunciaron la construcción de la nueva gigafactoría de baterías para coches eléctricos.
Biel Aliño / EFEEspaña es el mejor ejemplo de ese desarrollo. El rápido crecimiento del despliegue de energía eólica y solar está convirtiendo al país en un paraíso energético para las industrias. Los precios de la electricidad en España son aproximadamente un 45% más bajos que en el resto de la UE debido a la avanzada descarbonización de la generación de energía y la competitividad de las energías renovables. El país aspira a generar en el 2030 un 80% de su electricidad a partir de renovables, con lo que mantendrá una sólida ventaja competitiva para la economía. Este es probablemente uno de los principales factores que explican la reciente inversión conjunta de 4.100 millones de euros de CATL, el principal fabricante chino de baterías, y el fabricante de automóviles Stellantis para abrir una fábrica de baterías en Zaragoza. También explica por qué España es un lugar muy atractivo para las inversiones en hidrógeno verde, con cerca de un 20% de todos los proyectos europeos anunciados. En otras palabras, la descarbonización de la economía española está generando oportunidades industriales con cientos de proyectos en cartera, con el consiguiente impulso a la creación de empleo y la reactivación económica. Un estudio reciente de McKinsey proyecta un aumento del PIB de un 10-20% y 1,5 millones de nuevos empleos en España y Portugal para el 2030 gracias a la transición al cero neto.
La península Ibérica no es un caso aislado. En la región de los Altos de Francia, el auge del Valle de la Batería está creando 20.000 empleos en el sector de los vehículos eléctricos y revirtiendo décadas de desindustrialización. Numerosos centros industriales, como Stellantis en Sochaux y Renault en Cléon y Douai, han revivido porque los trabajadores se han reciclado y han surgido nuevas industrias. En el 2024, las industrias verdes se convirtieron en la primera palanca de la reindustrialización francesa, lo que demuestra que la descarbonización puede frenar el declive industrial.
Una estrategia industrial “Made in Europe”
Sin embargo, hay que ser claros: la reindustrialización verde de la economía europea no está garantizada. Nos esperan grandes obstáculos. En el 2024, la desaceleración del despliegue de las energías renovables, la producción de coches eléctricos y la instalación de bombas de calor afectó significativamente a las industrias nacientes. Muchos gobiernos aplican políticas incoherentes, como el recorte a las ayudas para la compra de coches eléctricos o la rehabilitación de viviendas, lo que socava esos sectores y amenaza el empleo y la innovación. Semejante imprevisibilidad puede haber contribuido a la quiebra de Northvolt, el principal fabricante europeo de baterías. Los intentos de sectores importantes del panorama político de hacer retroceder el Pacto Verde crean aun más incertidumbre, lo cual plantea riesgos para las inversiones futuras. Como resultado, los productores europeos de acero, como ThyssenKrupp y ArcelorMittal, están revisando o suspendiendo sus planes de producción nacional de acero ecológico, mientras que los productores de tecnologías limpias luchan por aumentar su escala.
A estos retos hay que añadir el hecho de que los competidores chinos, respaldados por las subvenciones nacionales y el exceso de capacidad, están entrando en el mercado único europeo con productos más baratos y de ese modo ejercen aun más presión sobre las industrias europeas. Sin una acción decisiva, la UE corre el riesgo de perder la naciente base industrial que necesita para asegurar materiales y productos estratégicos.
Con sus 450 millones de consumidores, la UE puede cambiar las reglas del juego de su mercado único con objeto de no dejar el campo libre a China y favorecer la industria propia
El Pacto por una Industria Limpia propuesto por la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen constituye una respuesta a esos retos y podría situar a la UE en una buena posición en la nueva carrera mundial hacia las emisiones netas cero. Sin embargo, para que esa respuesta sea eficaz, hace falta un cambio de paradigma en las políticas europeas. El mercado único no puede seguir siendo un campo abierto para el exceso de capacidad de China. Con sus 450 millones de consumidores, la UE puede cambiar las reglas del juego con objeto de favorecer la industria propia.
La introducción de una preferencia europea en sectores estratégicos, como la fabricación eólica, la automoción y el acero, es una necesidad urgente para proteger nuestras cadenas de valor nacientes de la competencia china. Esta preferencia, también llamada ley de Compra Pública y Sostenible, podría aplicarse siempre que se gaste dinero público; por ejemplo, mediante bonificaciones para coches eléctricos, licitaciones para energías renovables o contratos públicos. Desde Estados Unidos hasta China, pasando por Brasil, Argentina e India, muchos países ya dan prioridad a los productores nacionales de tecnologías críticas. Redirigir el dinero de los contribuyentes europeos para apoyar las industrias y las cadenas de valor nacionales y no a las importaciones chinas crearía la seguridad de inversión que muchos fabricantes necesitan. Sin embargo, dicho enfoque se enfrenta a la resistencia de algunos gobiernos de la UE.
La inversión conjunta europea también será crucial para construir cadenas de valor integradas. Actualmente, el litio extraído en Portugal se envía a China para su refinado y después se importa de nuevo a Europa en forma de baterías. Se trata de una práctica muy ineficiente. Desbloquear proyectos industriales conjuntos que garanticen que ese litio se refine en Europa y se conecte con los fabricantes de baterías en España o Francia maximizaría la creación de empleo y el potencial económico en todas las etapas de la cadena de valor. Podrían formarse alianzas industriales similares para la fabricación de electrolizadores, bombas de calor y el reciclaje de imanes permanentes para turbinas eólicas, así como para la producción de acero ecológico.3 La inversión necesaria se estima en 668.000 millones de euros, pero los beneficios en términos de seguridad y creación de empleo son significativos. Ahora bien, eso todavía no es un hecho debido a la división entre los países que quieren desbloquear un nuevo plan de inversiones de la UE y los países llamados frugales. Un enfoque demasiado centrado en la industria y la inversión nacionales corre el riesgo de que Europa pierda la oportunidad de la reindustrialización, con dos millones de empleos industriales verdes en juego.
Conclusión
La estabilidad política es clave para seguir atrayendo inversiones industriales. El compromiso de la presidenta Von der Leyen de fijar para el 2040 un objetivo de reducción de un 90% en las emisiones comunitarias de gases de efecto invernadero envía un mensaje firme: las inversiones en la descarbonización y en las industrias con emisiones netas cero son bienvenidas en Europa; sobre todo, ahora que Estados Unidos se ha retirado por segunda vez del Acuerdo de París.
Históricamente, el proyecto europeo ha logrado avances significativos bajo presión. Ante una nueva oleada del colapso de la industria europea, ¿se decidirán los dirigentes de la UE a trabajar juntos, apoyar las industrias “Made in Europe” y desbloquear las inversiones conjuntas? ¿O darán prioridad a los intereses nacionales a corto plazo y perderán con ello la oportunidad de un plan global de reindustrialización para Europa? Los próximos meses y las reformas iniciales del Pacto por una Industria Limpia lo dirán.
1. Banco Mundial, “Industrialización, valor agregado”, 2025, disponible en https://datos.bancomundial.org/indicador/NV.IND.MANF.ZS?end=2023&locations=Unión%20Europea&start=1991&view=chart.Notas
2. David Born, Peter Vogt y Steffen Geering, “De-Industrialization in Europe?”, Roland Berger GMBH, 2022.
3. Linda Kalcher y Neil Makaroff, “Forging Economic Security and Cohesion in the EU”, Strategic Perspectives, Bruselas, 2024.
Neil Makaroff es director de Strategic Perspectives.
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